22.7.06

Las alas aceradas de la justicia (según el imperio)

Supermán, el fantasioso icono de la democracia estadounidense Por Sergio Raúl López En el siglo de las dos grandes guerras mundiales y del progreso tecnológico como la única fe tangible, los héroes resultaron insuficientes, simples individuos que lograban imponerse a sus precarias condiciones, seres frágiles y limitados, encaminados a la muerte, vista como el fracaso final. El entusiasmo de las grandes masas, tan acostumbradas a las hazañas deportivas, aéreas o científicas, debía recaer en alguien que trascendiera la condición humana. En fantasías inexistentes, falsas sí, pero invencibles y fascinantes. Habían nacido los superhéroes. Esos tipos cuyos músculos vencían el empuje de un tren, cuya vista rebasaba los límites de los telescopios, cuyas mentes lograban dominar el átomo en cuestión de minutos, vista de rayos X, bíceps tan potentes como los pistones de una máquina y una velocidad con la que ningún cohete pudiese competir. Y específicamente fueron las características del superhéroe más popular de la historia. Sin importar que estuviera enfundados en mallas ajustadas color azul claro, con una capita roja colgada al hombro, mismo color que el de sus botas de cirquero y sus calzones –que por cierto usa por encima de la malla– y cuya vida personal es materia de estudio, análisis y fanatismo en todo el mundo, pero especialmente en los Estados Unidos. Exacto, nos referimos a Superman, el Hombre de Acero. Y aunque la historia oficial nos dice que es un extraterrestre de nombre Kal-El nacido en el planeta Kriptón –que estalló y del que escapó en un pequeño cohete espacial– la realidad es que apareció en junio de 1938 como el personaje central en el número inaugural de la revista Action Comics editada por la compañía National Comics (y que hoy en día todos conocemos como DC Comics, una de las editoriales de historietas más grandes del mundo), fruto de la afiebrada mente de un escritor de Ohio, Jerry Siegel y de los trazos de un dibujante de Toronto, Joe Shuster. El argumento era bastante simple: el cambio de planeta le sentó tan bien al infante, similar en todo a los terrícolas, excepto por los poderes especiales referidos líneas arriba. Por ejemplo, sus piernas le daban tal impulso que podía brincar un rascacielos sin demasiado esfuerzo –en efecto, todavía no volaba. Pero decidió mantener todo eso en secreto, así que adoptó una personalidad doble –bipolar, le llaman los psiquiatras–: en su vida cotidiana era un tímido reportero de traje de tres piezas y gafas de gruesa pasta de nombre Clark Kent, y cuando la emergencia así lo ameritaba, usaba el traje de superhéroe. Ah, y lo más importante, decidió usar sus superpoderes para el bien, es decir, para proteger a los demás. Tanto éxito tuvo la historieta que pronto otros superhéroes comenzaron a surgir para probarse parte de ese éxito. Tal es el caso del murciélago Batman, nacido en 1939. Para un país recién salido de la Gran Depresión Económica de 1929 y para el que la Segunda Guerra Mundial todavía no significaba convertirse en la primera gran potencia del mundo, la invencibilidad de Supermán era una promesa de futuro, el sueño por convertirse en el gran imperio que pronto serían, en una era atómica que pronto llegaría. No es gratuito que el Hombre de Acero porte en su uniforme los colores de la bandera de los Estados Unidos, antes incluso que el Capitán América –aparecido en 1940– portara las barras y las estrellas. Sobre todo porque al salvaguardar la libertad, la riqueza y la democracia, defendía los valores individuales que comprende la identidad nacional de ese país. Y eso lo convirtió en el primer superhéroe creado para preservar el patriotismo y la identidad de su propio país. El American Way of Life. Y el experimento funcionó. El éxito rotundo de las páginas coloreadas en historietas fue atraído primero por la radio en los años cuarenta y luego por la televisión y el cine. Su primera aparición en la pantalla, fue la serie animada Superman (1941) de Dave Fleischer, quien cobró a la Paramount 100 mil dólares por corto, lo que superó los presupuestos más elevados de Walt Disney, y que todavía hoy resulta la más cara de la historia. Sin embargo, es una joya. En ella, el superhéroe aprende a volar –antes sólo saltaba– y enfrenta ya no a delincuentes comunes, sino a un villano espectacular, un científico loco que rapta a su querida Luisa Lane y amenaza con destruir Metrópolis con un “cañón de energía”. Ah, y nos ofreció la inmortal frase de inicio: “Más rápido que una bala. Más fuerte que un tren. Capaz de saltar edificios de un impulso. ¡Mira en el cielo! Es un pájaro. Es un avión. ¡Es Supermán!... lucha una eterna batalla por la Verdad, la Justicia y el American Way”. En los años cincuenta, existió una serie televisiva muy al estilo de las de crímenes y justicia, en la que el fortachón George Reeves encarnó al héroe del rizo suelto en la frente, titulado Las aventuras de Supermán (Adventures of Superman) donde enfrentaba a gangsters empistolados y ayudaba a la policía. Y luego, una larga lista de series de dibujos animados para la televisión. Hasta que en 1978 el experimentado Richard Donner realizó una espectacular superproducción cinematográfica en la que reunió a Marlon Brando como Jor-El, padre del héroe en Krypton; Gene Hackman como el malévolo genio Lex Luthor; Glenn Ford como el granjero Jonathan Kent, padre adoptivo de Clark Kent; Jackie Cooper como Pery White, director del diario El Planeta; Margot Kidder como Luisa Lane, y un actor desconocido y enorme –de 1.93 metros–, Christopher Reeve, como el Hombre de Acero para la taquillera Superman (1978). Fue tal el éxito de la serie, en la que los efectos especiales eran al fin creíbles, que permitió filmar tres películas más, que a decir verdad resultaron progresivamente peores: Superman II (1980)de Richard Lester y Richard Donner; Superman III (1983) de Richard Lester, y Superman IV: La búsqueda de la paz (1987) de Sidney J. Furie, creaciones variopintas que incluyeron desde presidiarios de Krypton con superpoderes, hombres nucleares, los chistes del comediante Richard Pryor, a Supermán sin superpoderes y hasta al Presidente de los Estados Unidos. La colección fue relanzada en DVD hace unos meses, por cierto. Desde entonces la gran pantalla olvidó al Hombre de Acero. Sólo un par de series de televisión muy telenovelescas han retomado al héroe, pero más en las tribulaciones de un joven Clark Kent que en las escenas de acción de Supermán. Me refiero a Luisa y Clark (Louise & Clark: The New Adventures of Superman, 1993-1997) y sobre todo a la popular Smallville (2001-) que ha convertido en figuras juveniles a Tom Welling (Supermán), Christin Kreuk (Lana Lang) y a Michael Rosenbaum (Lex Luthor), más interesados en resolver sus problemas sentimentales como trío romántico que en salvar o destruir al mundo. Quizá las nuevas generaciones se interesen más por su imposibilidad de socializar o de conseguir pareja y no sólo aventuras sexuales, que en soñar con las posibilidades sobrehumanas. O también haya sido por la maldición que parece perseguir a los actores que le han dado vida al superhéroe. George Reeves, músico y boxeador aficionado, acabó dándose un tiro en la cabeza pocos años después de concluida la serie. Y Christopher Reeve –no, no eran parientes– cayó de su caballo en una competencia hípica en 1994 por lo que quedó cuadraplégico, atado a una silla de ruedas, en la que permaneció una década hasta su reciente muerte, el 10 de octubre de 2004. Ahora el elegido es otro músico, afecto a la trompeta y al piano, el joven actor de series televisivas Brandon Routh, que con su metro y 91 centímetros y su parecido físico a Reeve, obtuvo el papel del superhéroe para la versión que Bryan Singer (director de las primeras dos entregas de X-Men) recién estrenó. Planteada como una continuación de los cuatro filmes anteriores, Supermán regresa (Superman Returns, 2006), aborda la desaparición misteriosa del superhéroe quien durante seis años se dedicó a buscar sobrevivientes del estallido de Krypton. Pero no fue volando, sino en la nave que lo llevó a la tierra de bebé. Al regresar, cinco años después, no sólo Luisa Lane (Kate Bosworth) tendrá pareja estable y un hijo –que aclarará el misterio por el que la mujer abandonada ganó el Pulitzer gracias al artículo “Por qué no necesitamos a Supermán”–, sino que su ciudad, Metrópolis se las ha arreglado para resolver los problemas por sí misma, y que su archirecontraenemigo Lex Luthor (Kevin Spacey) ha logrado salir de la cárcel porque el superhéroe nunca llegó a testificar en su contra y ahora ha planeado una forma bastante efectiva para derrotarlo efectuando una táctica hipocrática y homeopática: Simila Similibus, lo similar se cura con lo similar. Claro, la espectacularidad de los efectos generados por computadora –muy a la Matrix, especialmente en la escena de la ametralladora y algunas de vuelo estratosférico– y la pericia de Singer para narrar melodramas que involucren a superhéroes, no resultan suficientes como para devolverle el interés a un mito y menos para reinventarlo. Al observar la película uno acaba recordando los medianos momentos de las cintas anteriores comparativamente mejores que en esta reciente y tratando de atar las borrosas líneas argumentales que provocan más interrogantes en el espectador que un buen suspenso. Si acaso, cumple el objetivo de intentar revivir una franquicia cinematográfica que en los ochenta perdió progresivamente todo el dramatismo, pues el objetivo es claro: apelar a los fanáticos que exigían una nueva cinta de El hombre de acero para tener una buena taquilla y abrir alguna historia paralela que permitirá seriar la historia y producir más filmes con la franquicia de la S en el pecho. La franquicia –porque en eso se han convertido sus aventuras– apenas ha conseguido sobrevivir y mantenerse en el mundo de las historietas donde, recordemos, ya murió a manos de la criatura Venom –¿por qué no incluirlo y hacer de Luthor el villano permanente que casi logra asesinarlo?, tuvo hijos –en este punto radica el enigma de la película–, clones y hasta vive en universos paralelos intentando reconstruir la historia. ¿Supermán todavía es un héroe necesario para la sociedad hipertecnológica del siglo XXI o será uno más de los sueños abortados del siglo XX? Este mes y gracias a la taquilla, sabremos parte de la respuesta.