21.7.06

Mirar puras patadas

Balompié en penumbras: Una mirada al futbol en el cine Por Sergio Raúl López Las terribles guerras de la antigüedad pueblan grandes volúmenes de la poesía épica, son motivo de grandes murales y esculturas, de coplas populares y libros de historia. Y aunque la paz aún no ha logrado imperar en la humanidad, al menos las batallas y los soldados ya no son más el motivo de los orgullos masificados de un territorio o una nación tanto para celebrar victoria como para condolerse en la derrota. Los choques entre naciones siguen ocurriendo en campos abiertos, pero las armas ya no son mortíferas, sino deportivas: una pelota y un marcador. Y las miles de ramificaciones de la disputa atlética encuentra en el futbol la masificación definitiva. Afortunadamente Argentina e Inglaterra dejaron atrás la sangre derramada en las islas Malvinas un par de décadas atrás para hallar su máxima rivalidad en el terreno de juego. Y lo mismo puede decirse de naciones como Francia y Alemania, España y Marruecos, India y Pakistán, y por supuesto, México y Estados Unidos –disputa en la que, como en 1847 o 1917, también aparecen ganadores los gringos. La sencillez de reglas y la complejidad de los resultados de un deporte como el futbol lo han convertido no sólo en el juego más popular del mundo, sino el sustituto civilizatorio para la necesidad de competencia entre los pueblos. Al igual que los Juegos Olímpicos, el futbol soccer se ha convertido en uno de los puntos climáticos de la competencia sana –bueno, en la medida en que lo permiten hinchadas y hooligans– entre las naciones ilustradas. De esta forma, las hazañas de un fuerte y habilidoso atleta como Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, quien alzó tres veces la Copa del Mundo para la bandera de Brasil en los campeonatos de Chile en 1960, Suiza en 1964 y México en 1970, o las de Diego Armando Maradona, que condujo a la selección Argentina a su segundo título en México 1986, perviven en la memoria y son cantadas con la misma fascinación que Homero lo hizo con las acciones de Aquileo o de Paris en La Ilíada, con que la mitología griega nos recuerda a Hércules y sus doce hazañas, o la historia nos reconstruye la campaña bélica del gran Alejandro Magno, quien en su momento consiguió dominar el reino más amplio y poderoso en la historia de la cultura occidental. Pero la “mano de Dios” con que Maradona logró un gol tramposo que permitió a Argentina superar a Inglaterra, es un episodio quizás más conocido que la sagacidad de Ulises al planear en Caballo de Troya. Y el pentacampeonato mundial de Brasil o la novena copa del Real Madrid en la Copa de Campeones de Europa o “Champions” son hazañas tan majestuosas para el público masivo como la batalla de las Termópilas, en la que trescientos espartanos contuvieron a decenas de miles de persas o la campaña de conquista de Egipto por parte de Julio César. ¿Es esto reflejo de decadencia civilizatoria que nos permite intercambiar a los hombres míticos por atletas bien pagados o representa una evolución al preferir la competencia deportiva a la sangre negra de la guerra? La épica tiene una extraña fascinación sobre el ser humano. Afortunadamente en la actualidad tiene menos que ver con la guerra real y más con sus representaciones dramáticas, tanto en las pantallas como en empresas menos riesgosas como el deporte. Y si la cinematografía, desde su origen, ha adoptado a los antiguos héroes de la guerra y sus grandes batallas como tema recurrente, y las grandes figuras de la pantalla han encarnado a Aquileo, Hércules, David contra Goliat o las hazañas de Atila, Aníbal, CarloMagno, los césares hasta llegar a militares modernos como Napoleón o Rommel, ¿por qué no habrían de fascinarse por el futbol, que es la nueva gran épica del mundo contemporáneo? Más aún cuando a la fascinación que el deporte del balompié despierta en el mundo entero hay que sumarle que resulta uno de los grandes negocios de la actualidad. Basta ver el abuso con el que la televisión y la publicidad tratan a jugadores, equipos y aficionados para darnos cuenta de que también resulta uno de los enajenantes más lucrativos de la era mediática actual. Y el cine, que además de arte es industria de entretenimiento masivo busca, por lo tanto, emplearlo para aumentar sus ganancias. Las fábulas triunfalistas son imposibles de soslayar en el caso de el cine sobre deportistas. Y aunque la industria de Hollywood ha preferido desde siempre utilizar los deportes de mayor popularidad en los Estados Unidos como el beisbol, el basquetbol o el futbol americano –Kicking and screaming (2005) del comediante Will Ferrel es uno de los escasos ejemplos de comedias triunfalistas sobre futbol Made in USA, y conste que es reciente y con un equipo infantil–, las cinematografías de otros países han empleado al futbol como la vía idónea para estas fábulas. Mejor ejemplo no encontraremos para ejemplificarlo que la trilogía inglesa de películas ¡Gol! (Goal!, 2005-2007), cuya segunda entrega se estrenó en los días previos a la inauguración de la Copa del Mundo de Futbol en Alemania. Producida por Buenavista –el edulcorado estudio de cine de la Disney– y apoyada por la FIFA y Adidas, la cinta nos muestra la perpetua historia de la cenicienta con balón: un mexicano que se va de mojado a Los Ángeles donde es la estrella de su equipo y cuya ilusión es enrolarse en el futbol europeo, que tras superar todo tipo de adversidades –incluida la tendencia al fracaso del padre– acabará jugando para el Newcastle de la liga Premier de Inglaterra para luego ser transferido al Real Madrid, donde convivirá con sus ídolos: David Beckham, Zinedine Zidane y Raúl. La cinta no ha tenido un éxito desmedido de público en taquilla sino como una cinta mediana de entretenimiento común, ni siquiera en el país pese a ser protagonizada por un mexicano, la estrella telenovelera Kuno Becker en el papel de Santiago Munez, mismo que fuera rechazado por Gael García y Diego Luna. El problema es que ya hemos visto muchas de estas historias locales de triunfo, y en producciones de menores recursos pero con más ideas, como es el caso de una cinta que apunta con volverse un clásico, El milagro de Berna (Das Wunder von Bern, 2003), melodrama consistente que, aprovechando la anécdota del triunfo casi milagroso de la mediana selección de la Alemania democrática de posguerra, con un pase y dos goles inauditos de Helmut Rahn “Der Boss”, sobre la casi invencible Hungría de Puskas, Kocsis y Czibor, –reconstruyendo, por cierto, el partido de esa final–, retrata la reconstrucción de la sociedad germana, desde los lazos familiares hasta el volver a saborear el sabor del triunfo tras la derrota absoluta del nazismo. Los ejemplos de las cintas triunfalistas se multiplican como con la inglesa Jugando con el destino (Bend It Like Beckham, 2004) de la keniana Guridner Chadha que muestra la crisis generacional entre una talentosa futbolista hindú, Jess (Parminder Nagra) y su familia conservadora, empeñada por conseguirle un buen partido para casarla pronto y hacerla olvidar el futbol, al tiempo que Jules (Keira Knightley), su mejor amiga, le muestra que hay una liga profesional en Estados Unidos en la que podría enrolarse, en un drama juvenil que logró un gran número de espectadores internacionales. Lo mismo ocurrió con La Copa (Phörpa, 1999) de Khyentse Norbu, producción australiana filmada en Nepal que narra las simpáticas aventuras de Orygen, un inquieto niño recién internado en un lamaserio tibetano cuya pasión por Ronaldo y el Mundial de Francia 1998 le llevan a comprometer su estancia entre los monjes cuando busca mirar los juegos por televisión en la aldea vecina y finalmente llevar un televisor al monasterio para hacerles experimentar la final que ganaron los anfitriones sobre Brasil, en un muy interesante retrato sobre la situación en la que sobreviven de los budistas del Tibet exiliados en la India. Y claro, también hay películas periféricas en torno a este deporte y que han logrado atraer a las audiencias de todo el mundo como el caso del retrato de los jóvenes delincuentes que toman al futbol como pretexto para el vandalismo, tal y como se presenta en la cinta inglesa Hooligans (2005) de Lexi Alexander o las acrobacias de las cintas del género Wu-Xia o de artes marciales en la divertida Shaolín Soccer (Siu lam jau kau, 2001) de Stephen Chow, que en su momento fue la cinta china más taquillera de la historia y en la que unos divertidos guerreros de kung-fu emplean sus habilidades en una cancha de futbol. Otra fábula de triunfo, aunque con un evidente patrocinio de la refresquera Coca-Cola, es la que nos presenta Atlético San Pancho (2001) de Gustavo Loza que repite la fórmula en un modesto poblado cuyo equipo infantil arriba a una final al Estadio Azteca, si bien tanto su entrenador (Héctor Suárez) como los mismos niños futbolistas recuerdan sospechosamente las fórmulas empleadas hasta la saciedad por las telenovelas mexicanas, añadiendo unos casi obligatorios cronistas televisivos, en este caso Enrique “el Perro” Bermúdez y Javier Alarcón. Aquí vale la pena recordar una cinta anecdótica de valores cinematográficos casi mínimos, y de nuevo basada en los valores televisivos. Producida por la división de cine de Televisa, El Chanfle (1979) escrita y protagonizada por Roberto Gómez Bolaños, el famoso “Chespirito” y dirigida por Enrique Segoviano, simplemente trasladó al celuloide el equipo de trabajo y el elenco que realizaba la exitosa serie de televisión El Chavo del Ocho para realizar una comedia de enredos que involucra al equipo América, al Estadio Azteca y a las propias transmisiones de la televisora con el comentarista Ángel Fernández incluído, para acabar convertido en un lacrimoso melodrama sobre el aguador del equipo y su lucha por alcanzar estabilidad familiar en la pobreza, salpicado de chistes simplones y ocurrencias de pastelazo que logró una segunda parte aún más infame, El Chanfle II (1982), ahora sí dirigida y escrita por “Chespirito”. Una de las cintas emblemáticas sobre futbol, es sin duda Escape a la Victoria (Victory, 1981), dirigida por uno de los grandes maestros del cine, John Huston, mezcla un reparto con importantes actores como Michael Caine, Max Von Sydow y un encumbrado Sylvester Stallone –que ya había filmado Rocky– junto con verdaderas leyendas del balompié como los campeones del mundo Pelé, el inglés Bobby Moore y el argentino Osvaldo Ardiles, entre otros, para darnos una emocionante cinta ubicada en París, durante la ocupación nazi, en la que un puñado de prisioneros de guerra aliados desafían al Tercer Reich en un partido de futbol que une una épica victoria no sólo contra el equipo de oficiales alemanes, sino contra el abuso de las reglas y del poder, junto con una jubilosa fuga gracias al inesperado triunfo. Y aunque en la actualidad el fenómeno mediático del deporte de las patadas hace ver jugosas ganancias a los productores, ávidos de temas de éxito, el tema del futbol es añejo en el cine. En México, la popularidad del jugador Horacio Casarín (1918-2005) le permitió no sólo ser la primer gran figura nacional de ese deporte, sino llegar al foro de filmación para aparecer en dos cintas protagonizadas y dirigidas por Joaquín Pardavé, las comedias familiares moralmente edificantes Los hijos de Don Venancio (1944) y Los nietos de don Venancio (1946). Aunque propiamente las películas más emblemáticas sobre futbol recayeron en manos del cómico Antonio Espino “Clavillazo” y en la dirección de Manuel Muñoz, en 1964. La primera de ellas Las Chivas Rayadas en la que comparten créditos con Sara García, Dacia González, Eric del Castillo y sí, también el locutor Ángel Fernández, busca sacar provecho del ascenso en popularidad del equipo de Guadalajara, el que cuenta con más seguidores en el país. Tras el éxito de la película vino Los fenómenos del futbol (1964) con el mismo reparto al que se añade Kitty de Hoyos y una larga lista de futbolistas profesionales de la época, entre ellos Antonio “la Tota” Carbajal, Isidoro Díaz, Jaime “el Tubo” Gómez, Héctor “el Campeón” Hernández, Juan Jasso, Chava Reyes y Guillermo “El Tigre” Sepúlveda, buena parte del campeonísimo Guadalajara. Un ciclo que concluyo tardíamente en 1979 con la desafortunada cinta El futbolista fenómeno de Fernando Cortés con Adalberto Martínez “Resortes”, en un tardío intento por recuperar la popularidad que en los cincuenta tuvieron sus parodias El beisbolista fenómeno (1952) y El luchador fenómeno (1952). El terreno del documental, por otra parte, está plagado de metraje sobre partidos de la más diversa índole en los que destacan los realizados justamente en las competencias mundialistas. Pero Futbol como nunca (Fussball wie noch nie, 1971) destaca por el experimento realizado por Hellmuth Costard: hacer que diversas cámaras siguieran únicamente al jugador número 11 del Manchester United, el legendario irlandés del norte George Best, virtuoso del balón quien fuera tan popular como The Beatles, que nunca jugó un mundial y que acabara derrotado por el alcoholismo y los excesos de su genio. Del par de mundiales que México ha organizado, el trabajo le correspondió primero al documentalista oficial de los regímenes priístas, Demetrio Bilbatúa, quien junto con otro buen cineasta al servicio del Estado, Alberto Isaac, logra en Futbol México 70 (1970) un magnífico documento, resaltando importantes momentos de la copa, pero también el espíritu de fiesta que imperó en el graderío y entre el pueblo mexicano con Pelé alzando el trofeo Jules Rimet, todo enmarcado en un ámbito de pasión futbolera internacionalista. Y cuatro copas después, hubo uno a cargo de Guillermo González, México 1986, y otro bajo las órdenes del inglés Tony Maylam, Hero (1987), aunque el más destacado trabajo oficial son sin duda las fotografías que Annie Leibowitz tomó para los carteles de esa copa. Pero entre los documentales no oficiales es donde se encuentran las historias más interesantes e íntimas, como lo demuestra la selección de Juan Villoro proyectada hace un par de meses en el Festival de Guadalajara y que incluyó títulos como La perra del diablo (2005) del mexicano Gerardo Lara, que presenta la pasión desde las tribunas; Barça confidential (2005) de Daniel Hernández y Justin Webster que expone el espíritu ético que impulsa al equipo campeón de España y de Europa, o la biografías Pelé eterno (2004) de Anibal Massaini Neto y Amando a Maradona (2005) de Javier Martín Vázquez. Respecto al porvenir, no podemos esperar sino un incomparable retrato de la pasión, de la inteligencia, la anarquía y la rebeldía respecto del documental que el serbo-croata Emir Kusturica, doble ganador de la Palma de Oro en Cannes, prepara sobre Diego Armando Maradona. Finalmente, ¿qué es lo que produce o impulsa en nosotros la pasión por el deporte? ¿La primitiva y libre disputa por el balón o el compartir con una gran masa la alegría del triunfo o la decepción de la derrota? Quizá sean ambas, aunque lo cierto, es que para la indigestión de imágenes que nos ofrecerá la televisión durante la disputa de la Copa Mundial de Alemania 2006, el cine será una inmejorable opción para alejarnos de la alienación, así sea con futbol. Porque la mirada cinematográfica siempre contendrá en sí misma un elemento contemplativo, una observación más profunda y reposada con mayor coherencia y sentido que las inmediateces televisivas, más preocupadas por atraer con gritos y repeticiones desde miles de ángulos –de cámaras, computadoras y comentaristas– al gran público para satisfacer las necesidades de sus anunciantes. La verdadera guerra del siglo XXI no es la competencia entre naciones del Mundial, sino la disputa entre televisores por los ojos aborregados de los posibles clientes. Y el futbol, en su esencia de justa deportiva, de la elevación de la fuerza física, la inteligencia y el valor, simplemente quedarán de lado, abrumados por los millones de dólares que gana la FIFA cada cuatro años.

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