4.7.08

Los ladrones viejos, un recorrido por las glorias y oficios del artegio

Tenemos el tipo de criminal que nos hemos buscado: Everardo González
Sergio Raúl López Sigilosa, tercamente, Everardo González dedicó cuatro años de su vida a la búsqueda de algunos de los míticos cultivadores de los más finos oficios del artegio –del arte del crimen– en las décadas de los sesenta y setenta, de su época de mayor apogeo y glorias. Finalmente logró dar con El Carrizos, el mayor de los zorreros, de los irruptores nocturnos. Porque este hombre, de nombre tan largo como su fama, Efraín Alcaraz Montes de Oca, se negó a portar cualquier clase de arma o a usar la violencia para robar casas. Le bastaba su talento para trabajar limpiamente. Tampoco cometía hurtos a pobres ni a clasemedieros, únicamente le pegaba a los ricos, a los que tienen de sobra, para arañarles una pequeña porción de sus posesiones. Y únicamente trabajaba en áreas residenciales. Su ética le llevó, primero por casualidad, a hurtar las joyas y algunas chamarras francesas de una casa en San Jerónimo custodiada por el ejército, la de Luis Echeverría Álvarez, presidente en funciones. Y un sexenio después, por pura reivindicación social, a robar en la Colina del Perro, la famosa mansión y guarida de aquel otro mandatario que primero nos advirtió que debíamos aprender a administrar la abundancia y acabara prometiendo defender como un cánido la moneda nacional, mintiendo siempre: José López Portillo. Ante las cámaras, El Carrizos suelta una brillante y mordaz frase célebre pero inconclusa, para definir su trayectoria: “Ladrón que roba a ladrón...”. Sin los cien años de perdón, la cárcel es el riesgo que se asume como parte del oficio. Dos horas diarias de entrevista durante cinco días fue todo el tiempo concedido al cineasta para entrevistarse con El Carrizos y ello le bastó para relatar sus épocas gloriosas en los 97 minutos del documental Los ladrones viejos. Las leyendas del artegio (México, 2007), reconocido como mejor documental mexicano en la Muestra de Cine de Guadalajara, en DocsDF y en el Festival de Monterrey, y parte de la sección oficial de una docena de festivales cinematográficos fuera del país. Además, es el primer documental en las 50 ediciones del premio Ariel en ser candidato a Mejor Película y Mejor Director, además de Mejor Edición, y claro, Mejor Documental. El propio director explica las razones de su entusiasmo: “Aunque muchos digan que el Ariel es una farsa, para mí es un gran honor, significa que a los documentales se les empiece a llamar películas una vez más, que se les tome con respeto, es una batalla ganada por muchos”. Fotógrafo y periodista, ya ganó un Ariel, en el 2004, por su anterior documental, La canción del pulque (2003), una elegía a la ancestral cultura del pulque y su progresiva extinción, filmada en La pirata, una vieja y digna pulcata de la Ciudad de México. Ahora, tras un amplio periplo por distintos festivales mexicanos y extranjeros, Los ladrones viejos se exhibe en cartelera, con doce copias distribuidas por FilmHouse. Hace un año, Cinemark acordó distribuir dos copias de La canción del pulque por todas sus pantallas durante todo el año y ahora se negaron a exhibir la nueva cinta. –Ojalá hubiera sido, no cumplieron, no dan explicaciones. Estuvo dos semanas solamente. El DVD (David Distribución) acaba de estrenarse apenas y estoy contento porque al menos no se murió la película. Ahora ha sido un broncón porque entras al mundo de la exhibición comercial donde prácticamente tienes que vender las mismas palomitas y los mismos chocolates que una película que sale con trescientas copias, imposible. –Sus películas le significan procesos largos, de varios años, pues además la supervivencia viene de otros trabajos, como Clío. –La ventaja que tengo es que no pretendo comerme la vida a puños. Quiero hacerlo más por una experiencia de vida que por el simple hecho de terminar una película en la pantalla. Eso me permite trabajar con mucha libertad, tiempos muy flexibles, presupuestos muy reducidos y me da espacios para detener los procesos y dedicarme a conseguir el pan para llevar a la casa. La verdad es que cada vez veo más cómo el cine se convierte en películas largas que se filman rápido, lo que han convertido en una virtud. Yo todavía pienso que una película es consecuencia de lo que busco en la vida, entrar y salir de mundos, vivir la experiencia de, por ejemplo, un investigador, un criminalista, un forense, pisar sus terrenos, lo que ha sido verdaderamente placentero. Finalmente de eso se trata la vida. Y la consecuencia han sido estas dos películas. –El documental surgió de algunas experiencias que no entraron en él, como acudir a la capilla de los ladrones en el centro o conocer los viejos oficios criminales. –Finalmente no son mis mundos, pero los he pisado y me provocan historias. El pulque lo pisaba y retepisaba, me lo chupaba. En este caso sigo todavía yendo con la gente de prensa nocturna, con los policiacos. Luego tuvo que ver con una entrada que hice al barrio de la Merced para hacer este pequeño documental que se llamó Lipo y ahí descubrí estas historias: la idea del robo como oficio, las escuelas de ladrones, etcétera. Esas fueron las puertas de entrada. Siempre quise hacer una película de policías y ladrones, pero no tenía en la mente hacer la historia de un hombre que robó a Luis Echeverría, eso hacía extraordinaria la película. –¿Cómo cambió el ámbito de policías y ladrones de entonces con respecto del actual? –El perfil del criminal cambió porque la sociedad también lo hizo. Somos otros respecto de aquellos años. Nada tiene que ver, por supuesto, el robo con el tráfico de drogas, ni los vínculos que hay en el poder entre un ladrón y un policía de la secreta, y un capo de la mafia con un funcionario del gobierno federal. Ahora se rompieron los pactos, le pegan al cartel de Sinaloa cuando más de dos sexenios no les tocaron ni un pelo. Me ayudó a entender cómo funcionamos como sociedad: la escala de extorsiones, el manejo del poder y cómo nos hemos ido pervirtiendo como sociedad para tener definitivamente el crimen que nos hemos buscado y que hemos formado. También de la impunidad que seguimos teniendo. Lotería del crimen Los boleadores, especialistas en vender cobre por oro. Los espaderos que abren puertas con una delgada hoja de metal. El dos de bastos que puede sacar carteras con sólo dos dedos. Los cirujanos que abren bolsas con una navaja. Los que traban o meten mano rápido. El cristero que se acomoda como crucificado en el marco de una puerta y la abre de un caderazo. Los zorreros que son perpetradores nocturnos. La lista, interminable, serviría para armar una lotería de oficios delictivos, un bestiario de apodos populares. Pero, sobre todo, nutre nuestra imaginación sobre los riesgosos oficios del artegio y sus gremios particulares. Sobre una época ya perdida y una ciudad ya extinta, personaje primordial de la cinta, junto con El Carrizos y otros afamados criminales como el dandy Jorge Calva Márquez Fantomas, el viejo vendedor de leche de burra Raymundo Moreno Reyes El burrero y Arcadio Moreno Ocampo Xochi, presos todos ellos. Enfrentar al departamento de Comunicación Social de los penales “que pretenden entenderlo todo cuando no entienden nada”, fue una barrera que se resolvió cuando el propio Director General de Reclusorios capitalinos, Azael Ruiz, creyó en el proyecto y le abrió las puertas. –Aunque la película abre con la cárcel llega un momento que se olvida porque estás entrando a los recuerdos de estos personajes, a sus vidas, al México que habitaron. Me los prestaban por muy poco tiempo en un espacio horrible y quería sacarlos del contexto, pues se pierde la sorpresa. Porque la imagen es brutal: un hombre que lleva toda mi vida preso, 36 o 37 años, tiene un tiempo en la mente y una imagen de la ciudad como la que está retratada a partir de archivos fílmicos. Entonces, la presencia de la cárcel rompía la sensación de hablar de un pasado glorioso y me permitía cerrar con las consecuencias que hablan de lo vulnerable que somos como seres humanos. Además él es así, es un personaje que así llegaba vestido a las entrevistas, con el uniforme que es ropa beige, pero es un catrín en la cárcel, es un ser humano digno. La cinta retrata “esa época donde las migraciones fuertes eran del campo a la Ciudad de México y no a Los Ángeles o a Chicago. Y eso hablaba de una sociedad vulnerable para el engaño, muy frágil, semirrural, y cómo eso se fue modificando a lo largo de la historia moderna”. –¿A qué dedicará su siguiente lustro como realizador fílmico? –En Coahuila hay un éxodo por el conflicto del agua que me interesa mucho, un pueblo que se espera por las gotas de lluvia para volver a la casa y de ahí se van a deshilvanar muchas historias.